
Después del fin de semana pasado me siento un poco más mendocina: conocí la Reserva Natural de Villavicencio y fui a mi primer concierto de Música Clásica por los Caminos del Vino.
Villavicencio no es el Hotel (o la zona que lo rodea) sino unas 72 mil hectáreas que forman un lugar único.
Lo que ahora conocemos como la Reserva pertenecía en la época anterior a la aparición de la cultura huarpe al «Valle de Huentota». Durante la ocupación de los jesuitas se desarrollaban allí actividades mineras con mano de obra indígena, y ya en esa época la explotación comercial de la zona revelaba los valores del agua. Desde allí también se podía pasar a Chile; de hecho, uno de los símbolos de la entrada al área de Villavicencio es el Monumento Canota (subí foto a Instagram), que consta de dos construcciones blancas que simbolizan la estrategia utilizada por San Martín para pasar a Chile, y que consistió en dividir su Ejército en dos columnas.
Pero además de la historia que los mendocinos amantes del tradicionalismo y la gesta sanmartiniana pueden encontrar allí, lo que más me interesó fue todo ese micromundo de biodiversidad (tiene un microclima muy húmedo!) por el cual tenemos que sentirnos bastante privilegiados.
La primer parte del recorrido es en el Centro de Visitas que, según la responsable de la reserva, Silvina Giudici, persigue resumir el espíritu del lugar. El equipo, además de recibir visitantes, hace un un fuerte trabajo de conservación, que me sonaba a palabra más vinculada a la ecología hasta que descubrí durante la visita que consiste en el análisis de restos «microfósiles», y especies vegetales y animales de todo tipo que actualmente conviven allí. La conservación empezó por entender primero desde la empresa qué había en la Reserva y es por eso que vienen trabajando en forma conjunta con paleontólogos e investigadores del CONICET en una dinámica abierta que invita a los científicos a descubrir y compartir sus conocimientos sobre el lugar.

Conservar un lugar como Villavicencio (público pero privado, sin una explotación comercial o turística fuerte, con alto contenido de especies pertenecientes a la zona) tiene sus desafíos ya que para cuidarlo no es cuestión de evitar la actividad humana, sino incluir a los visitantes y gente de la zona, para que a partir de conocerlo, se involucre en su conservación.
Algo de esto mencionaba Silvina Giudici cuando nos comentaba sobre los «servicios ecosistémicos» en una ronda de preguntas acerca de si cobraban la entrada, por qué, qué ha pasado con el hotel, etc.; y me resultó muy interesante su respuesta (insisto, estando ahí y entendiendo lo gigante del lugar): más que pensar en servicios de entretenimiento u hotelería tradicionales, hay que pensar que la reserva entera ofrece un pulmón verde para Mendoza, un lugar de paseo enorme y diverso, y sobre todo, una fuente que asegura agua pura para las próximas generaciones.
El primer día pasé bastante frío -normal en esta época-, y la verdad es que hacía mucho que no iba de paseo a un lugar de Mendoza en el que no tuviera cerca un «tasting room» «spa y hotel», o restaurante gourmet, y después me quedé reflexionando sobre lo cómodos que estamos últimamente a la hora de conocer parte del lugar en que vivimos. Conocer Mendoza no es conocer el restaurante trendy o la bodega de arquitectura de vanguardia. Es volver a salir a la intemperie como me pasó el fin de semana, caminar, respirar aire puro, estar en contacto con la naturaleza y la grandeza del lugar. Y con eso alcanza.
Música Clásica por los Caminos del Vino
El domingo, junto al equipo de periodistas invitados por la marca a conocer la Reserva, volví a Villavicencio pero jugando a la turista con el plan de asistir por primera vez a uno de los conciertos del ciclo «Música Clásica por los Caminos del Vino».
El despliegue de la gente acampando (con canastas, mate y abrigo) se entiende por la mezcla de naturaleza y lugar histórico, en el marco de un concierto precioso de la Orquesta Juvenil de Buenos Aires.
Digamos que además de despliegue requiere una logística y muchas ganas de presenciar un programa único porque la Reserva no queda tan de paso como Cacheuta o Potrerillos. Si bien el paisaje es parecido, el viaje tiene como destino inevitable descubrir ese edificio icónico para nuestro imaginario popular.
Con Música Clásica por los Caminos del Vino se le agrega un componente al lugar, que es haber generado en un escenario natural una situación de espectáculo, con todo el dramatismo que le daba la imagen del hotel a la tarde de música.
Quedan algunos conciertos para semana santa, recomiendo asistir si son de este tipo, y si el año que viene hay otro en la reserva, es un plan para agendar. Quizás más movilización pública permita llegar a más gente. Más fotos en nuestra fan page de Facebook.
Otros programas que me gustaría hacer en la Reserva (quizás con un poco más de calor):
– Ir en bici/llevar bici ( @paualvarado y @matikalwill se prenden seguro)
– Hacer un picnic en la ruta (no voy a promover el típico asado porque puede provocar incendios)
Agradecimientos: a la gente de Villacicencio, al equipo de Muchnik por la invitación especial, y a Fede Croce en particular por prestarme algunas fotos!! 😉
Esa primer foto es increíble, con esa niebla atrapada, parece pintada! Y que bueno que a pesar que hayan convertido el agua (que es en realidad de todos) en un negocio, se preocupen por la conservación del lugar, sus micro y macro habitantes y abran sus puertas de vez en cuando para que la gente pueda disfrutar de la música en ese hermoso lugar.
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