Recorrido de Bodegas compartido

©MZ Inspiration
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Si bien todos queremos conocer un lugar como si no fuéramos turistas, como si pudiésemos entrar en la cotidianeidad de un local, la idea de este primer post de la serie ‘Turista en tu ciudad‘ fue justamente la opuesta: hacer de turista en mi provincia.

Me propuse encontrar algo de Mendoza que no conociera y descubrirlo de una forma que nunca antes hubiese hecho, por lo que comencé contactando una bodega biodinámica, Alpamanta.

Teniendo en cuenta que el transporte define todo el viaje, de las tres opciones que tenía (bicicleta, colectivo+remís, o bus turístico) elegí la tercera y me subí al Bus vitivinícola que me recomendaron. Si bien esto requería viajar los días en los que el bus iba por la zona (dos por semana), me tentó la idea de hacerlo en grupo.

El bus es una iniciativa de una empresa privada (CATA), pero de tipo público, ya que se basa en el sistema Hop On/Hop Off, en el que cualquier turista puede subir o bajar en las paradas establecidas. Se paga sólo el costo de transporte (130 pesos en efectivo o tarjeta, con postnet en el colectivo), y luego cada persona paga lo que quiera hacer en la bodega elegida (degustación, almuerzo, picada).

Eso hace que durante todo el camino se vaya «levantando» gente de hoteles, y de puntos como el Centro de Información Turística, la Plaza de Chacras, entre otros; desde la ciudad hasta Luján.

La recomendación es elegir tres bodegas para pasar un promedio de una hora y media, o dos, en cada una. En la web y en el colectivo, ofrecen un mapa para visualizar las opciones. Elegí como primera opción Alpamanta, y, para completar las tres bodegas, Monte Quieto y Séptima. Pero mi primera opción era la última del recorrido, por lo que tuve que esperar a que los otros pasajeros se fueran bajando para llegar a la mía a las 10.30.

Alpamanta no es tanto una bodega sino más bien una finca. Su atractivo es caminar la Huerta y los viñedos para entender cómo y de dónde salen los componentes que van a parar al vino que luego degustamos.

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La biodinamia es una filosofía que se traduce en una forma de trabajar la tierra y los viñedos, basada en las fases lunares. La bodega utiliza componentes naturales propios: siembra su manzanilla, elabora su compost; además de criar gallinas para que se coman a las hormigas, evitando así el uso de fertilizantes.

Entre los viñedos instalaron una especie de quincho con troncos de olivos, ofreciendo una vista impresionante de la montaña. El lugar es ideal para llevar unos quesos y abrir un vino, improvisando un picnic. Los vinos de Alpamanta son jóvenes, me gustó mucho el Alpamanta Estate Cabernet Sauvignon y el Cabernet de la línea joven. Se pueden comprar allí a 55 pesos, sólo en efectivo.

El recorrido es recomendado para aquellas personas que vienen a Mendoza a estar en contacto con la naturaleza, a sentarse en el pasto, o a simplemente mirar la imponente Cordillera nevada.

Mi siguiente parada fue Monte Quieto, que desde el principio fue muy especial. Un ejemplo fue que, al llegar, el encargado de Turismo, Santiago, comentó que había gente en el tasting room porque estaba Santiago Achával, un enólogo top de muy bajo perfil que es más probable encontrar en el Valle de Napa que en Mendoza. Santiago comentaba que este ‘cruce’ de enólogos se da bastante: prueban un corte, llevan invitados, y siguen su día laboral, una nota de color que se da entre los que trabajan en la industria.

La idea que tenía de Monte Quieto no tenía nada que ver con lo que estaba descubriendo. Quizás alguno de ustedes escuche o lea que es una ‘bodega familiar’, pero en realidad es una pequeña bodega, muy exclusiva de partidas limitadas (producen 70 mil botellas al año) que pone mucho énfasis en sus ‘vinos de Terruño’, de corte, conocidos como blends.

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Nació por otra historia de una pareja de Buenos Aires que invirtió y se instaló a vivir en Mendoza. La casa familiar está pegada a la bodega en un intento de recrear el Château francés: la familia vive al lado de los viñedos en los que se produce los vinos. Si bien el dueño participa activamente en la dirección de la Bodega, tienen un enólogo y el asesoramiento de Roberto de la Mota. Desde la finca se ve la pirámide de Catena Zapata y, por supuesto, la postal espectacular de los viñedos con la montaña de fondo.

Una de las características de la visita a Monte Quieto es la degustación desde los tanques: vinos que aún están en reposo y que en algunos casos se parecen más a un jugo de fruta que a un vino. Al final de la visita se hace la degustación habiendo incorporado cada uno de los aromas y complejidades de los vinos. Probé del tanque el Sauvignon Blanc, el Cabernet Franc, el Malbec, y un Syrah que me dejó boquiabierta. Muchos aromas a café, vainilla y chocolate; y en los blancos aromas de ananá y banana que no escapan a ninguna nariz.

Pegado a la sala de tanques se encuentra un espacio de degustación pequeño, con vista de cortaderas, piedra y montaña. Degusté un Malbec Monte Quieto 2008 increíble, y el Monte Quieto Reserva hecho con cuatro cortes de Malbec, Cabernet Franc, Cabernet Sauvignon y Sauvignon Blanc estaba espectacular. Como bodega boutique, tiene vinos muy buenos que no se consiguen en supermercados sino en vinotecas de la ciudad y en restaurantes como El Ceibo (en donde, según Santiago, su Malbec es ideal para acompañar unas empanadas de osobuco), Ituzaingó, Florentino y Azafrán.

La casa de la familia está bastante escondida por los viñedos y los olivos, pero permanece dispuesta a los visitantes. En los minutos al sol que pasé esperando que me buscara el Bus para seguir con mi recorrido, saqué algunas fotos de la galería, en la que se encuentra una mesa central de madera, con sillas de distintas formas, hecha por Pablo Lavoisier, un artista mendocino muy conocido que se especializa en carpintería.

El siguiente paso fue el almuerzo en Séptima con gran parte del grupo que coincidió conmigo en elegirla como última parada. Quizás sea bueno almorzar en la segunda bodega que se elige para seguir degustando, pero mi idea era descansar y relajarme luego de las primeras dos. Séptima tiene una de las mejores vistas de Luján, y la terraza invita a tirarse al sol.

Si bien no sabía el nombre de casi nadie, nos sentamos todos juntos a compartir cómo habían sido nuestras visitas y, más allá de que la comida haya sido buena (hay opción vegetariana), me pareció que naturalmente la modalidad planteada en el Bus lleva a conocer a otros, haciendo del recorrido vitivinícola una experiencia social.

Aunque algunos podrán pensar que se pierde tiempo esperando a que otros suban o bajen, disfruté conocer el paisaje; además, el contratiempo es parte de elegir una opción de menor costo y compartida. Es como tomarse un micro de línea en la calle: no te deja directamente al lugar que vas pero te permite viajar acompañado.

Aviso de auspicio Gobierno de Mendoza. Imagen

Esta entrada tiene 4 comentarios

  1. Ana Lisa

    Que lindo y que buena idea turistear en tu ciudad!
    Quiero +!

  2. Mendoza Inspiration | Recorrido de Bodegas compartido | Page: 1 | Mendoza Inspiration, me ha parecido muy revelador, me hubiera gustado que fuese más extenso pero ya saeis si lo bueno es breve es dos veces bueno. Enhorabuena por vuestra web. Besotes.

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